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Desde hace años tengo una artritis psoriásica. Para quienes no saben de qué se trata, la psoriasis (que es una enfermedad que la gente conoce más bien por lo que produce en piel y uñas y que pueden leer aquí), en un tercio de los pacientes inflama los tendones y articulaciones.

Dicen que los médicos nos hacemos médicos porque así no enfermaremos. Una forma de tomar distancia de las dolencias. “Eso les pasa a los otros”.

Pues no.

Ese es mi caso.

Este es mi viaje como paciente afectada de artritis psoriásica

Después de varios brotes de sacroileítis bilateral (inflamación de las articulaciones de la zona más baja de la espalda y los glúteos) que se dejaron tratar con poca cosa, en el año 2017 empezó poco a poco mi “relación” con la artritis psoriásica.

Todo “parecía” (y lo pongo entre comillas porque no todo es lo que parece) ir sobre ruedas. Estaba viviendo un momento dulce. Una familia con tres hijas con su dificultad cotidiana, pero nada lejos de lo habitual. Un trabajo estable. Un día a día con demasiada velocidad, pero con disfrute.

¿Por qué se despertó entonces la enfermedad? ¿Por qué apareció en un momento de aparente “estabilidad”? No dejé de preguntármelo una y otra vez.

La evolución desde el inicio

Desde hace unos 4 años estoy viviendo un embiste detrás de otro. Se me inflama principalmente la columna y las articulaciones sacroilíacas (en la zona inferior de la espalda donde empiezan los glúteos). Pero también hombros, tobillos, dedos, y todo tendón y articulación que existe en mi cuerpo.

Me han dado distintos fármacos. Un fallo. Dos fallos. Tres fallos… Desesperante. Por suerte, ahora estoy en pie y tengo una vida bastante normal gracias a un medicamento biológico (el tercero que pruebo), que parece estar acabando su efecto.

Por qué escribir este blog. Por qué compartir mi viaje con artritis psoriásica

Recuerdo cuando, sin estar aún enferma, ya era madre de tres hijas muy pequeñas. Me sentía bastante perdida. La sociedad nos vendía que ser madre te cambiaba la vida, que no existía nada mejor. Que cuando mirabas los ojos de tu hijo ya no querías hacer más nada en la vida que cuidarlo y verlo crecer. Que una deseaba dejar todo de lado para ser sólo eso: Madre.

Mis sentimientos eran tan distintos… Estaba agotada. No tenía nada de tiempo para mí. Trabajaba muchas horas, y al llegar a casa tenía las exigencias de tres pequeñas que eran culpables por nada, pero que absorbían la inexistente energía que había en mí hasta que llegaba la noche y caía desmayada.

De pronto, comencé a leer el blog del Club de Malasmadres. Empecé a leer la experiencia de otras madres que se sentían como yo. A sentirme identificada, a reírme con sus anécdotas (que eran iguales a las mías). Y a darme cuenta de que había multitud de madres con los mismos miedos, el mismo agotamiento, la misma culpa que yo. Me ayudó a ver que no estaba sola, y que lo que me pasaba era “normal”. Ya no era mi imaginación, ni mi maldad, ni mi egoísmo. Era un ser humano más en una circunstancia vital que compartía con muchísimas otras madres.

Eso cambió mi concepción de mí misma. De la maternidad. Me quitó mucha presión. Me ayudó a sentirme identificada. Y a disfrutar de mi momento con más plenitud.

Mi objetivo con esta sección del blog no es más que esa. Compartir con quienes lo están pasando igual de mal que yo las vivencias, los sentimientos, la frustración, los miedos y logros que he vivido y estoy viviendo. Porque, como decía mi profesor de Mindfulness, una alegría compartida es doble alegría, y una pena compartida es mitad de pena.

Así que aquí comienza este viaje. Desde la perspectiva de un médico. De una madre. De una empresaria. De una paciente. DE UN SER HUMANO.

Espero con esto poder ayudarlos… y ayudarme.

Gracias por estar ahí.